Cuando estas a sus pies te sientes insignificante y para ver el final de la pared tienes que echar la cabeza tan atrás que el casco golpea con la seta de la mochila.
Por un momento sientes un escalofrío recorriendo tu espalda. A la sombra, la norte del Mulhacén siempre esta a la sombra.
Hacia ya un año que habíamos subido el Mulhacén por su vía normal huyendo de nuestros demonios. Por aquel entonces Jorge vino con nosotros, pasó su primera noche en un refugio, subió su primera "gran montaña"... todo había cambiado mucho desde aquella foto de cumbre.
Raúl se unió a nosotros en este nuevo reto. Nos esperaba en Padul, su pueblo, una mañana de sábado después de casi dos años sin vernos. Desafortunadamente solo era un reencuentro ocasional, es difícil mantener unidos los futuros de dos voluntades tan distintas.
Él también había subido antes al Mulhacén, una vez. Nos contó sus recuerdos cuando desde la cumbre se asomo sobre la cara norte y un latigazo de vértigo le recorrió el cuerpo, "Habría que estar loco para subir por ahí" había dicho mientras se apartaba del borde del abismo.
Y sin embargo ya nos habíamos montado en el coche y nos dirigíamos a la Hoya del Portillo... debíamos estar un poco locos. Poco después, sin saber muy bien ni el como ni el porque, nos encontramos en el aparcamiento repartiéndonos el material al lado del coche.
La lógica y la matemática no sirven para elegir los sueños que perseguimos, tampoco en la montaña. Si así fuese el montañismo tan solo sería un ejercicio de futilidad, mecánico y pesado, la vida sería gris. A cambio del riesgo asumido la montaña te devuelve algo que no se puede conseguir con atajos, te hace encontrarte contigo mismo, te permite vivir 100 años en 2 segundos.
Así comenzamos el camino hasta el refugio de Poqueira desde la Hoya del Portillo, sin prisa, observando el paisaje y los animales. Un tranquilo paseo.
Antes de las 5 de la mañana del día siguiente ya estábamos en marcha, necesitábamos encontrar hielo de calidad. Después de remontar el barranco a la luz de nuestros frontales el amanecer nos sorprendió cerca del Puntal de Vacares.
Un poco más y llegamos al collado del Ciervo, desde donde pudimos ver por primera vez desde que habíamos llegado la cara norte del Mulhacén. Los rayos del sol todavía no calentaban.
Habíamos estudiado mil fotos de la pared y no nos hizo falta hablar para reconocer nuestra linea: la entrada por el cono de nieve, la travesía a la izquierda y el canal central...
Bajamos del Collado del Ciervo, intentando perder la menor altura posible y antes de entrar en la zona de sombra paramos para ponernos el arnés y el casco y colgarnos los demás trastos. La pendiente era aquí ya más inclinada de lo que parecía y tuvimos dificultades para no perder el material que amenazaba con salir rondando en cualquier momento.
Las primeras sensaciones con dos piolets fueron buenas, subimos el cono de nieve inicial sin ningún problema... y es que realmente no hacen falta dos piolets para superar este tramo. La travesía fue algo totalmente distinto: el hielo estaba muy duro, era mucho más larga de lo que esperábamos y no había ningún punto de reposo. Agotadora. Como casi siempre en estos casos el problema no era debido a una baja forma física sino a una técnica insuficiente.
Cuando empezábamos a creer que aquella travesía no acabaría nunca llegamos a su tramo final, la pendiente se hizo menos pronunciada y la nieve algo más blanda. Respiramos aliviados antes de continuar por el canal central.
La canal central se hizo menos dura que la travesía. Quizá por que la técnica de de ascensión es más natural y más sencilla que la de progresar de forma paralela a la pendiente. Pero la pendiente volvía a ser muy acusada y la nieve muy dura.
Llegando a los contrafuertes de la cumbre vimos pasar volando a toda velocidad un tornillo de hielo de una cordada que nos precedía. Seguimos el objeto con la mirada durante los pocos segundos que tardo en perderse de vista, un gran salto de casi 500 metros. Delante todavía quedaban los muros verticales de la cumbre, la última defensa del Mulhacén.
El plan original era salir por una de las vías de escape que hay a los laterales de la cumbre, rodeando los contrafuertes, pero una equivocación nos hizo seguir adelante donde debíamos habernos desviado. Podríamos haber deshecho el camino o haber hecho una travesía muy expuesta en una ladera que llegaba a los 60º, pero nos pareció más seguro seguir adelante y escalar directamente hasta la cima.
No habíamos traído el material necesario para escalar en roca vertical, solo teníamos un juego de empotradores y algunos friends. Los tornillos de hielo no eran de ninguna utilidad en un tramo de nieve inestable y roca vertical. Pero nos teníamos que apañar con eso.
Juan protestaba: por que no llevábamos el material apropiado, por que no le gustaba la pinta que tenía aquello, por que no conocíamos la linea que teníamos que seguir ni su dificultad y por que, aunque no lo decía en voz alta, seguía acordándose del tornillo de hielo bajando a toda velocidad...
De todos modos cuando nos repartimos los papeles nadie tenía ninguna duda de que Juan encabezaría la escalada. Él tampoco. Así que se dispuso a escalar el primer largo mientras Raúl y Sandra se quedaban colgando de un piolet y de un estaca.
Juan no encontraba ningún lugar para meter un seguro en los primeros metros pero ahora estaba extrañamente tranquilo. Los nervios habían pasado después de encordarse y ahora se movía con seguridad. Escalaba: primero un pie, un piolet, una presa para la mano y estaba un poco más arriba, más cerca de la cumbre. Todo se reducía a seguir subiendo.
A 7 u 8 metros de la reunión encontró un emplazamiento perfecto para un empotrador. Dudo durante un instante si la nieve que le sujetaba sería capaz de soportar su peso si soltaba la presa que le mantenía contra la pared. Jugando con el equilibrio por fin fue capaz de meter el empotrador y tomo aire despacio por primera vez desde que había empezado el largo.
Mientras tanto Sandra, abajo, se dedicaba a asegurar y hablar con Raúl de temas casuales, tranquililzándolo, como si estuviesen sentados en casa en vez de colgados de una estaca sobre un abismo de 500 metros.
Juan terminó el largo en una pequeña plataforma y montó una reunión sobre un bloque y un clavo que había dejado otra cordada.
Sandra subió primero, recogiendo el único empotrador que habíamos puesto en todo el largo. Raúl, detrás, la siguió hasta la plataforma donde apenas cabíamos los tres.
El siguiente largo era más sencillo pero más largo: Un pequeño nevero colgado de la pared que había que atravesar en diagonal, una rampa de hielo de 50º y una corta salida en roca vertical. Juan siguió de primero, disfrutando de las vistas.
Aquello se acababa, el Mulhacén empezaba a ceder ante nuestra persistencia. Raúl y Sandra subían el último largo, disfrutando la última rampa de hielo que, asegurada desde arriba, no tenía ningún peligro de péndulo.
Después de haber pasado las últimas horas en "vertical" se nos hizo raro salir andando desde la última reunión hasta la cumbre.
Celebramos con besos y abrazos que, por fin, la cara norte del Mulhacén se encontraba bajo nuestros pies.
Las vistas sobre el resto de Sierra Nevada eran extensas...
La bajada desde la cumbre la hicimos por la vía normal, con la satisfacción de haber alcanzado un viejo sueño, con la ilusión de tener sueños nuevos para rellenar el hueco que acababa de quedar libre.
Más tarde, en Padul, nos despedimos de Raúl como si nos fuésemos a ver otra vez dentro de poco tiempo. Era más fácil así... no sabíamos si lo volveríamos a ver, pero no íbamos a dejar que eso nos estropease una buena despedida.