Nuestros primeros pasos fueron encaminados a superar las laderas del Forcau para remontar el Vall de Llardaneta. Enseguida tuvimos los primeros problemas. A esas horas la nieve debía de estar helada pero a pocos metros del refugio ya nos hundíamos hasta las rodillas. La temperatura era demasiado alta para ser invierno.
Mientras nos cambiabamos los crampones por raquetas de mala gana vimos aparecer un grupo de personas más arriba, bajando hacia nosotros. Sandra miró el reloj extrañada: las siete menos cuarto.
Cuando estuvieron un poco más cerca los reconocimos, eran un grupo de montañeros vascos con los que habíamos hablando el día anterior, durante la aproximación al Angel Orus.
- ¿Ya volvéis?
- Si - contestaron mientras terminaban de acercarse
- Esta imposible, hemos salido a las cuatro de la mañana y la nieve ya estaba casi como ahora, muy blanda
- ¿Más arriba también esta así?
- Si, por lo menos hasta el pie de la Canal Fonda. Además no para de llover y nevar
- Y la niebla no deja ver nada...
Antes de irse nos desearon suerte. Cuando nos quedamos solos nos miramos indecisos. Por delante de nosotros no quedaba nadie y no parecía que hubiese muchas posibilidades.
Pero no queríamos pasar todo el día en el refugio y tampoco rendirnos casi antes de empezar así que decidimos seguir... hasta donde llegásemos.
Una penosa marcha por nieve profunda nos llevó a cruzar el Torrente de la Llardaneta y, un poco más tarde, al pie de la Canal Fonda. Desde allí no parecía que el collado de Llardana estuviese muy lejos, aunque sabíamos que se encontraba 400 metros más arriba y que la marcha por la pronunciada pendiente sería todavía más dura. Antes de continuar nos tomamos un descanso para comer y beber algo, resoplamos y reanudamos nuestro camino.
La subida por la Canal Fonda abriendo huella era cada vez más pesada y los relevos al frente del grupo cada vez más frecuentes. Mientras, la niebla se había hecho más espesa y ni siquiera eramos capaces de ver el Diente de Llardana. El collado de Llardana parecía no llegar nunca.
Por fin, con el corazón en la garganta, llegamos al collado. Un fuerte viento nos golpeó la cara mientras dejábamos allí las raquetas.
A partir del collado la nieve estaba más transformada por el viento y, aunque seguía estando blanda en algunos puntos, en otros estaba helada.
Seguimos por la Espalda del Posets sin ver a más de 20 metros por la niebla y zarandeados por el fuerte viento. Ya habíamos decidido que llegaríamos a la cumbre. Ya quedaba muy poco y sin embargo se hacía cada vez más pesado.
Los cortados y precipicios se intuían continuamente entre la niebla. Ese pensamiento nos hacía aferrarnos con más fuerza al piolet cuando el viento nos sacudía.
No vimos la cumbre hasta que no estuvimos muy cerca. Habíamos llegado a un vértice entre las nubes ( 3.375 m, segunda mayor altura del Pirineo), el lugar más impropio en el momento más inoportuno. No hubo bonitas vistas ni tiempo para comer el bocadillo, pocas fotos y ningún abrazo... Pero nos sentimos orgullosos por haber llegado y aliviados por no tener que seguir adelante.
Cansados, empezamos a desandar los pasos que nos había llevado hasta allí.